Por Roberto Silva Bijit
Fundador Diario “El Observador”
Los muertos que cada uno de nosotros tiene, ¿los recordamos mucho, poco o nada? Es decir, a Usted hay algunos muertos que se le murieron para siempre o hay esos muertos importantes que todavía andan con Usted.
Este fin de semana miles de familias celebran el Día de los Muertos y para hacerlo van al cementerio y les dejan unas flores o una oración a sus seres queridos. O bien, sostienen una conversación con ellos y como que los ponen al día de lo que ha seguido pasando aquí donde vivimos y donde ellos ya no están.
O sea, hay muertos completamente muertos y otros que todavía se mantienen vivos. Hay una razón de tiempo, porque cuando ya pasan tres o cuatro generaciones, los muertos quedan en el olvido total. Nos acordamos bien hasta de los abuelos, cuando más de un bisabuelo, pero hasta ahí no más llegamos. Lo demás es historia.
No quiero entrar en temas religiosos, donde la muerte puede comenzar a ser el inicio de otra vida en la eternidad sin fin. Ahí se divide la cosa entre los que creen que después de la muerte hay otra vida y los que creen que hasta aquí no más llegamos y después no pasa nada.
He visto gente contenta en el funeral porque su ser querido dejó de estar en este mundo de sufrimientos y viaja a un mundo mejor, más puro y más perfecto.
Tengo un amigo indisciplinado que dice que a los que se vayan al cielo los van a vestir de celeste y ahí se quedarán felices tomando agua mineral sin gas para siempre. Mientras que los que se vayan para abajo, al infierno, tendrán que transpirar mucho con los calores, pero podrán bailar con música fuerte y mucha cerveza.
En todo caso, la muerte es muy definitiva, no nos deja volver a ver a nuestros seres queridos. Sin embargo, tampoco nos impide tenerlos presentes en nuestros corazones, invocarlos de vez en cuando, recordarlos del modo en que cada uno de nosotros los armó en su memoria. Al papá, la mamá, los abuelos o hermanos o primos o tíos y amigos. Uno siempre puede quedarse con ellos y tal vez ese sea también un cielo, pero de amor, donde los vivos vamos cargando a nuestros mejores muertos para que nos acompañen en la vida.
Esa es la parte más viva de la muerte y también la más nostálgica. Se asoma en nosotros cuando queremos volver a hablar con nuestros padres. Hay algunos que no hablaron todo lo suficiente y de repente se les fueron los papás y andan llorando por ahí, como arrepintiéndose de haberlos dejado pasar sin darles toda la dedicación que hubieran querido.
Lo peor son los vivos que están muertos porque por algún problema, los hijos o los padres los matan. Nunca más les hablan o saludan. Es una especie de sepultura. Hay familias donde los hermanos no se hablan, donde hijos no llaman nunca a sus papás. Son gente que los tiene muertos en vida. Esos son los peores muertos porque los enterró la rabia, la envidia, una pelea por dinero, un malentendido sin solución o simplemente, un borrón que no se quiere limpiar.
Un poeta escribió que vamos por la vida en un tren cargado de muertos, refiriéndose a todos los que están arriba de nuestro árbol genealógico, a nuestros antepasados, a los que son responsables de nuestra vida.
El Día de los Muertos debería servir para que las familias les den una repasada a sus muertos importantes, a los que hicieron la familia, a los que estaban antes que nosotros. ¿Cómo eran, a qué se dedicaban, se parecían a nosotros, cuál fue el legado que dejaron? Hablar un rato de muertos como si estuvieran vivos, traerlos con los recuerdos a nuestros espacios actuales, a las generaciones actuales.
En el Día de los Muertos les deseo que no se les mueran para siempre todos sus muertos.
*Imagen de Redes Sociales.