Los peligros que encierran los narcocultivos en las quebradas de la precordillera de nuestra zona

Publicado el at 11:31 pm
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Por Roberto Silva Bijit
Fundador Diario “El Observador”

Un grupo de jóvenes que siempre sube a los cerros de nuestra zona vivió una experiencia de terror. Iban caminando tranquilamente, cuando un muchacho no mayor de 18 años, los apuntó con una escopeta y les ordenó que no siguieran avanzando, que se devolvieran y no volvieran a pisar el cerro. Como no entendieron bien, caminaron un poco para acercarse a conversar con él, pero recibieron dos perdigonazos al aire para indicarles que lo único que tenían que hacer era irse.

¿Qué alcanzaron a ver? Unos tambores con agua, baterías y cables, además de una pequeña choza donde guarecerse del sol o la llovizna de la noche. No vieron más personas, ni vehículos. En ese lugar comenzaba una quebrada que subía con árboles y arbustos hacia arriba, a la parte más alta del cerro.

Era una plantación de marihuana de gran escala, que utiliza terrenos que aunque tienen dueños, parecen como abandonados porque en ellos no se puede cultivar. Sin embargo, las bandas criminales extranjeras y chilenas han visto en estos terrenos lugares propicios para plantar drogas, específicamente cannabis sativa.

El fenómeno se viene desarrollando desde la pandemia, entre la Cuarta y la Séptima regiones, hasta donde llegaron avanzadas de bandas del crimen organizado colombianas y venezolanas, (también chinos) para inspeccionar nuestros cerros y estudiar la factibilidad de plantaciones.

Encontraron todo a su favor. Terrenos alejados de la ciudad, gente que vive en la zona y que conoce la producción agrícola, fácil acceso a carreteras, poco control policial y una legislación blanda. El sitio ideal para el gran negocio. Chile es generoso con la “inversión extranjera”.

En los últimos cinco años se han instalado a producir en las quebradas. Se trata de una nueva forma de penetración del crimen organizado, que se acomoda a las realidades de cada país y no necesariamente tienen que vivir de portonazos, asaltos, trata de mujeres, sicariatos, extorsiones, préstamos forzados, protección no pedida y muchas otras formas de ejercer la delincuencia. Han reclutado a muchos jóvenes chilenos y también a delincuentes emprendedores que estaban buscando otro camino fácil para ganar dinero.

Esa es la razón por la cual en las páginas de “El Observador” leemos que cayó banda con cargamento avaluado en 600 millones de pesos, que en la carretera detuvieron a bus de pasajeros trasportando marihuana, que dos muchachos llevaban armas, sacos de marihuana procesada y cuarenta millones en billetes en el auto. Y tantos otros casos del último tiempo.

Esta marihuana es entregada a personas o familias que la venden en poblaciones, en las cuales estos grupos marcan territorio y no dejan que otros mafiosos entren a esos lugares donde solamente ellos atienden a sus clientes dependientes. Si entran a su terreno, vemos noticias de asesinado a tiros, baleado en las piernas o golpeado brutalmente. Todas sin denuncia a la policía por parte de los afectados o sus familiares.

Los datos estadísticos son alarmantes y prueban la forma en que este negocio de la narcoagricultura viene creciendo en forma explosiva. Hace cinco años se decomisaron 90 mil plantas en doce meses, el año pasado la cifra subió a 718 mil plantas. Ningún negocio puede crecer a esa velocidad, a no ser que deje ganancias multimillonarias, como ocurre con la venta de droga.

Se hace urgente una intervención en los cerros precordilleranos de nuestras regiones. Desmantelar las plantaciones es la única forma de evitar que sigan sacando a jóvenes de liceos rurales para que cuiden los cultivos, que extorsionen a propietarios de los terrenos a cambio de silencio y que dejen de involucrar a familias del área en sus delitos.

Una vez completamente instalados, muchas zonas rurales habrán perdido su tranquilidad y ganado el quedar rodeados de un submundo delictual de alta peligrosidad.

La hora de la acción es ahora.

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