Por Roberto Silva Bijit
Fundador Diario “El Observador”
Este fin de semana en muchas faenas de la zona se celebrará a San Lorenzo, el santo protector de los mineros, un personaje que todavía despierta admiración por su valentía y por considerarlo el custodio de las riquezas que ellos con tanto esmero buscan extraer.
Vamos a contar su vida, pero antes recorreremos algunas supersticiones que sobreviven en la oscuridad de las minas.
Los mineros creen que cuando están en los socavones no se puede hablar mucho porque se pueden despertar los espíritus de la mina y atraer accidentes. La tratan como si fuera una persona y piden que nadie silbe en su interior, porque puede acarrear un derrumbe.
A la entrada de muchas minas se pueden encontrar “apachetas”, que son montículos de piedra que simbolizan el pedido de protección hacia la Pachamama, la Madre Tierra. También pedidos de protección religiosos para tener un buen día adentro.
Especialmente en el norte, existe la figura simbólica del “Tío” de la mina, que es la representación del guardián de las profundidades. Se lo pinta como un personaje diabólico, con cuernos, colmillos y ojos desorbitados. Le entregan ofrendas como alcohol, cigarrillos, hojas de coca, para pedirle protección, seguridad y productividad en la mina.
Hagamos un repaso por la vida de San Lorenzo. Nació en Huesca, España, dos siglos después de la venida de Cristo. Estudió en Zaragoza, Génova y Roma, donde poco a poco fue sobresaliendo en las funciones de la Iglesia y llegó a ser el primer diácono del Papa Sixto II. Dentro de sus importantes funciones, el recoger las limosnas de la ciudad era una de las tareas que realizaba con mayor esmero, ya que su finalidad no era guardarlas en las arcas de la iglesia, sino repartirlas entre los pobres.
Corría el año 258 y en Roma gobernaba el Emperador Valeriano, conocido perseguidor de los cristianos, quien apresó a Lorenzo y lo hizo torturar en la prisión Mamertina, donde anteriormente había estado el apóstol Pedro, para que revelara el sitio exacto donde había escondido los tesoros de su iglesia. Sin embargo, a pesar de las continuas peticiones de Valeriano, quien le exigía las riquezas, Lorenzo se negaba.
Viéndose sin escapatoria, la leyenda cuenta que el futuro santo le respondió tajante: “La Iglesia es muy rica y todos los recursos del emperador no igualan lo que ella posee. Te voy a traer los tesoros más valiosos de la iglesia, pero para ello necesito tres días de plazo para reunirlos”.
El emperador, pensando que lo había convencido, le dio el plazo estipulado, ante lo cual Lorenzo se abocó a la tarea de reunir en los barrios más pobres de Roma, la gente más necesitada, los enfermos, los menesterosos y quienes no tenían nada. Les repartió todo el dinero que le quedaba, vendiendo incluso los bienes más sagrados y los repartió solicitándole a los favorecidos que se presentaran dentro de tres días en la plaza central a la hora en que el sol cae.
Llegado el plazo fatal, la plaza comenzó a llenarse de las personas más pobres que tenía la ciudad, quienes repletaron el espacio con su triste presencia. A la hora indicada, Lorenzo se presentó ante el emperador Valeriano y le pidió que fuera a ver con sus propios ojos cual era la verdadera riqueza de los seguidores de Cristo. “Estos son los tesoros de la iglesia, quien da a los pobres, posee una riqueza de espíritu”.
Encolerizado, el emperador ordenó azotar cruelmente a Lorenzo y someterlo al tormento de la dislocación de los huesos. Finalmente, hizo que lo tendieran desnudo en una parrilla de fierro y lo asaran a fuego lento, el 10 de agosto del 258 DC.
Murió sin quejarse, enfrentó la muerte con valentía, por eso los mineros lo tienen como su patrono y protector.
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