Las ironías del envejecimiento rural

Publicado el at 5:43 pm
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Javiera Sanhueza Chamorro
Socióloga, U.V. y Master en Gerontología, Dependencia y Protección de los Mayores, Universidad de Granada

En junio se celebró el mes internacional por el buen trato hacia los adultos mayores y un elemento que suele quedar “bajo la mesa” es la heterogeneidad de la vejez o, lo que es lo mismo, las diferentes vejeces que se vivencian en los distintos rincones de un mismo país.

Una de las variables que aportan mayor heterogeneidad a las vejeces es la ruralidad y, aun así, uno de los errores que más se cometen al definir programas sociales dirigidos a las personas de este grupo, es homogeneizar las problemáticas que viven los adultos mayores a partir de diagnósticos que analizaron datos solo de grandes ciudades o, peor, a partir de la opinión no comprobada de unos cuantos tomadores de decisiones. En base a una fotografía incompleta de la realidad o el sentido común.

Abordar el envejecimiento desde el enfoque de la heterogeneidad quiere decir entender que envejecer en Viña del Mar no es lo mismo que envejecer en la localidad rural de Las Cabritas, por dar un ejemplo.

En los sectores rurales, el envejecimiento toma otro cariz. En nuestro país, las zonas rurales se encuentran más envejecidas que las zonas urbanas. ¿Por qué? Principalmente porque las generaciones jóvenes emigran buscando oportunidades, “rejuveneciendo” a las grandes ciudades y porque los adultos mayores se quedan en el campo atados por su historia de vida y un mayor sentido de pertenencia. Muchas veces también el estado físico no les permite emigrar.

El trabajo agrícola de pequeña o mediana escala y por cuenta propia, tan frecuente en el campo, fue sinónimo de informalidad, exigencia física e inseguridad ocupacional para los adultos mayores que viven en las localidades rurales, todo lo cual repercute en su salud en la adultez mayor. Estos trabajos también se caracterizan por su escasa remuneración, lo cual -a su vez- debilita su seguridad económica en la última etapa se su vida. En conjunto, ambas propiedades del trabajo rural constituyen predictores de mal envejecer.

El trabajo agrícola está al centro: es la principal fuente de ingreso y la actividad a través de la cual se conoce a las personas más significativas de la vida. Lo abandonan sólo cuando la salud ya no les permite seguir y al hacerlo caen en vulnerabilidad. Muchos adultos mayores rurales nunca dejan de trabajar, ¿cómo llevar intervenciones gerontológicas hasta ellos sin no tienen tiempo libre y de ocio?

Todo lo anterior explica -por ejemplo- por qué los hombres adultos mayores requieren más apoyo social que las mujeres adultas mayores en los poblados rurales. Su red social estaba basada en relaciones laborales y estas se pierden al dejar este ámbito. Familiares más jóvenes que podrían prestar ayudar, no están presentes, porque han migrado a la ciudad. Y si a esto agregamos que los hombres tienen un mayor deterioro físico y emocional y un mayor nivel de dependencia funcional que las mujeres (necesidad de cuidados), nos daremos cuenta que la vejez masculina en la ruralidad requiere mayor apoyo y cuidados más especializados y permanente que en localidades urbanas. Sin embargo, no es necesario ser un especialista en políticas públicas para darse cuenta que la distribución de recursos para el adulto mayor nunca ha tenido como prioridad a las localidades rurales.

¿Estamos abordando o abandonando a su suerte las problemáticas que emergen en la vejez rural? ¿Los profesionales de la salud y los profesionales sociales que trabajan con adultos mayores, tienen libertad para abordar estas particularidades? ¿O se encuentran atados a cumplir metas programáticas sin asidero real en lo rural?

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