Los disparos fueron certeros. Ella se bajó resuelta del auto y caminó hasta el centro de la plaza. Estaba lleno de gente, hasta Diego Portales, muy serio, asistía al soleado momento. Un hombre la acompañaba. En un banco estaba relajadamente sentado un hombre. Ella fue por detrás del árbol, caminando sobre el pasto y sin que le temblara la mano, se acercó por atrás hasta apuntar a centímetros de la nuca. Casi puso la pistola sobre el pelo y a sangre fría, disparó una vez, y otra vez. La primera bala entró por el cráneo y se alojó en la mandíbula, la segunda le rompió tres vértebras del cuello.

Al dispararle le gritó: “Así te quería pillar” y se fue rápido hasta el auto que la esperaba. Siempre siguiéndola, el hombre que la acompañaba también abordó el mismo vehículo.
¿Qué argumentos le dieron a la muchacha como para que se atreviera a disparar a muerte? ¿Quién la preparó para que disparara? ¿Quién le dijo que -a sus veintitantos- podía disparar segura, que sería protegida y que no iría a la cárcel?
Hay una cosa clara. Los disparos muy descarados son siempre del ambiente narco. Ese disparo en el estadio, en medio de los hinchas. Este disparo en plena Plaza de Armas, pasado el mediodía. Esos disparos que salen de la nada en algunas poblaciones y que matan de rebote. Son todos disparos narcos.
Pero esta historia, además de tener ambiente de drogas como telón de fondo, tiene una clara venganza como móvil, ya que esa parece ser la principal razón de la planificada acción. Drogas y venganza.
Hay una versión, que parece increíble, aunque ya sabemos que la realidad supera hasta a las teleseries. Hace diez años un tipo estaba en las afueras de una disco y se trenzó en una pelea con otro. En el ataque uno de ellos quebró una botella y se la clavó en la cara al otro. El tajeado no pudo cobrar venganza en ese momento y cuando quiso hacerlo, el que lo atacó estaba cumpliendo una condena de ocho años en la cárcel.
Cada día, al levantarse, el tajeado recordaba -mirándose en el espejo- el ataque que había sufrido y lo único que repetía era su deseo de vengarse. Estudió a su víctima. Le habrían contado que ese tipo que lo atacó con la botella, habría tenido relaciones sentimentales con una mujer y que su marido -al enterarse- se suicidó. La hija de ese hombre suicidado era la persona perfecta para cobrar venganza, para ayudarlo a vengarse del que hace ocho años lo había atacado.
Se juntan el que quiere vengarse por el botellazo y la que quiere vengarse porque la infidelidad de su madre causó el suicidio de su padre. La tormenta perfecta. Ahora había que esperar que saliera de la cárcel y eso ocurrió hace apenas siete meses.
El martes alguien lo llamó por teléfono y le dijo que se juntaran en los bancos del centro de la plaza. Ahí llegó a esperar la muerte entre tanta gente. Imposible imaginar que allí sería ajusticiado.
La policía tendría identificados a los dos. Ella es de La Calera, aunque se quedaba en casa de una tía en Quillota. Él tiene un campo cultivado en Boco. Ninguno de los dos está en ninguna parte. Ellos esperan lejos de aquí que el hombre de la plaza deje de respirar en el hospital.
Por lo menos él, hace más de ocho años que quería que el tipo del botellazo dejara de respirar.