¿Quién era Camilo Henríquez, considerado el Padre de la Prensa en Chile?

Publicado el at 9:52 am
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Roberto Silva Bijit

Un amigo íntimo de Camilo Henríquez, Francisco Antonio Concha, escribió que “su estatura era de poca talla: su complexión delicada y su fisonomía habitualmente sombría. Era hombre de pocas palabras. En sus conversaciones serias, siempre melancólico y en las alegres, siempre jovial y chistoso. Fuese por menosprecio o por timidez, jamás tomó parte en nuestros partidos políticos. Corifeos y sectarios consideraban a Camilo como un neutral. Todos le respetaban y estimaban”.

Mañana celebramos el nacimiento del primer diario de la república, “La Aurora de Chile”, que abrió las puertas a la libertad de expresión en nuestro país, que muchos consideran la madre de todas las libertades. El diario fue fundado el 13 de febrero de 1813, durante el gobierno de José Miguel Carrera, que trajo desde Estados Unidos en el mismo barco, cañones, municiones, máquinas de imprimir y tipógrafos.

Camilo Henríquez nació el 20 de julio de 1769, en Valdivia, ciudad en la cual vivió su infancia y juventud. Miguel Luis Amunátegui, uno de sus biógrafos, escribe: “Sus padres fueron don Félix Henríquez y doña Rosa González. Tuvo dos hermanos y una hermana, los tres menores que él. Uno de ellos falleció en la infancia, y el otro, don José Manuel, pereció de un balazo que recibió defendiendo una de las trincheras de la Plaza de Rancagua en octubre de 1814”.

Vivió en Valdivia hasta los nueve años, trasladándose a Santiago para mejorar el nivel de sus estudios. De allí lo enviaron a Lima, ciudad donde estaba el Virrey, para que ingresara en 1784 al convento de los Frailes de la Buena Muerte. Uno de sus profesores, Fray Ignacio Pinuer, natural de Valdivia, lo hizo ingresar al mundo de las letras y recorrer el prohibido camino de los enciclopedistas franceses, que incubarían en Camilo Henríquez el germen de la libertad.

Lo que viene después es historia conocida. Chile debió pronunciarse entre tomar un camino independiente o seguir bajo el rey de España, y allí se levantó la voz airada y libertaria de Henríquez, que desde el púlpito de la Catedral, pronunció la oración inaugural del Primer Congreso Chileno.

Después vendrá el principal aporte que el país recibió de su fino intelecto: “La Aurora de Chile”, esas hojas que imprimieron la libertad antes que nadie y que le dieron a los habitantes de esta joven República, una intención para seguir adelante. Demostrado quedó que la prensa era un factor determinante en el desarrollo y progreso de los pueblos.

Como dijo un cronista de la época, este diario contenía “ideas que ahora repiten los niños, pero que eran novedades para los sabios de entonces, y que encerraban una revolución. Sobrada razón tenían, pues, los realistas en desazonarse con el nacimiento de semejante periódico; porque para ellos  era más dañino que la fabricación de armas o el levantamiento de un ejército”.

Y fue mucho más peligroso. La conciencia de los hombres es siempre más importante que las armas. Por eso la contribución que ha efectuado al periodismo en su historia libre al servicio de la verdad y la noticia, constituye un aporte irremplazable en la formación del espíritu nacional.

Don Camilo nació en el sur de Chile, en Valdivia, en esa calle Yungay que forma parte del eje histórico en el cual creció la ciudad. Lo apresaron tres veces por sus ideas. Lo aturdieron en calabozos de la Inquisición. Lo destituyeron de sus empleos, pero no lo callaron. En ese firme deseo de comunicar, a pesar de todos los problemas de la época, los periodistas vemos en Camilo Henríquez a nuestro patrono, al guía de vocación irrenunciable, al hombre que hizo de su actividad un apostolado al servicio de las grandes causas.

“Mi alma detesta la tiranía y se esfuerza por trasladar a las vuestras este odio implacable. La alienta el amor de la libertad y de la gloria y no omitió medio alguno para despertar en vuestros pechos esta pasión sublime, fecunda en acciones ilustres y tan necesaria para regenerar a los pueblos y elevar los estados”. Su odio contra reyes y tiranos y su amor a la libertad, tuvo la gracia de ser un odio y un amor pionero, propio de esos hombres que toman conciencia antes que el resto de los problemas y son lo suficientemente valientes para decirlo públicamente.

Gracias don Camilo por su ejemplo, por su sendero claro al servicio de Chile. Aquí nos hemos quedado para tratar de seguir esa huella, impresa a medianoche, entre tinta negra y papeles blancos, impresa con verdad y esperanza.

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