Los perros de mi vida

Publicado el at 25/01/2018
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Miguel Núñez Mercado
Reportero

He tenido muchos perros en mi vida. Quizás, con ellos, podría marcar hitos importantes de mi existencia. El “Cholo” alegró más mi deliciosa infancia; la “Chany”, me acompañó, moviendo la cola, en esa terrible encrucijada que es la adolescencia; el “Panda” me encaminó por la vida adulta; y el “Polaco” me acompañó hasta hace algunos años. Hasta “Monito” (“el perro que habla”) me dio una fama inmerecida.

No puedo negar que he llorado por cada una de sus partidas. Es que, más que sus muertes, hay situaciones en la existencia humana que sólo pueden aportar los perros y que luego se echan de menos. Una movida de rabo es, muchas veces, un signo de cariño y lealtad más cierto y desinteresado que el que pueda aportar una persona. Doy fe de ello y de su lealtad que los puede llevar hasta la posibilidad de la muerte. Alguna vez “El Cholo”, se lanzó a un pozo para mantener mi cabeza sobre el nivel del agua.

Mi padre, campesino y poeta, nos alegraba con sus historias de animales y humanos, que para él, eran la misma cosa. Algunos de sus cuentos deberían ser parte de una antología. Una vez, después que la “Chany” entrara en celo y sus pretendientes llegaran por decenas, y él sufrió la destrucción de una plantación de lechugas, le hizo un pantalón de mezclilla para evitar problemas. Decía que fue para peor, pues los demás perros la vieron en jeans, la encontraron más sensual y llegaron en patota y con más ánimo.

Él tenía la capacidad de integrar lo humano y lo animal en sus relatos. Esta formación -creo- tuvo mucho que ver con mi verdadera educación y no con la rigidez de los currículum de la escuela. De allí proviene este extraño afán de tratar de interpretar, desde mi perspectiva y especialmente, los gestos de los perros, que emocionalmente son los más parecidos al hombre. Por lo menos así lo manifiestan en sus afectos, en sus rabos moviéndose, en sus “besos”, que nos dejan llenos de babas y, también, en la interpretación que ellos hacen de nuestras emociones. Por eso lucho por una crianza responsable.

En la villa donde vivo hay tantos perros que se hacen irreconocibles y bravíos. Además, cada cierto tiempo llegan más y se convierten en jaurías. Como muy pocos se preocupan de las fecas, hay que andar a saltitos para evitar cagarse algún pie. Además, las moscas entran en los hogares después de haberse posado sobre los desechos. Todos los días, sólo frente a mi casa, recojo más de 400 gramos de caca perruna. Por eso reclamo que a los perros se les dé la dignidad y se asuma la responsabilidad que merecen. Y, esto no pasa ni por una caseta puesta en la calle, un cartel a la entrada de la comuna o una estatua.

 

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