Vivir con miedo

Publicado el at 7:40 am
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Por Roberto Silva Bijit
Fundador Diario “El Observador”

Me llamaron por celular cuando eran las dos de la mañana. Habían asaltado a una familia amiga. Entre cinco y siete chilenos (por su hablar), ninguno mayor de 30 años, violentos y apurados, vestidos de negro, con la cara cubierta y solo los ojos a la vista, habían logrado reducir a golpes al papá, la mamá y sus tres hijos.

Llegué a la casa asaltada cuando todavía estaban las manchas de sangre en el living, debido a los golpes en la cabeza que le dieron al papá, al que tuvieron que ponerle cerca de siete puntos en su cuero cabelludo. Le pegaron con la culata de una pistola y se la volvían a poner en la frente, en los ojos, en el cuello. “Baja la cabeza huevón, no me mires, agáchate”, le gritaban en medio de muchísimos otros garabatos. Casi hablaban a puros garabatos.

Uno de ellos sostenía a la mamá. Otros dos sujetaban a los tres niños que miraban impotentes cómo le pegaban a su papá y revisaban las piezas para robar. Eran por lo menos siete, que entraban y salían de la casa corriendo y exigiendo plata, toda la plata.

La paz y tranquilidad de la casa de estos amigos que viven en el campo, fue interrumpida brutalmente por gritos, golpes y disparos. Cortaron los cables de las alarmas y cámaras. Le dieron un balazo a un ventanal sin ninguna otra razón que demostrar que sus armas eran de verdad y que estaban dispuestos a todo.

Parecían drogados, con un poco de aliento alcohólico, se veían jóvenes y no escucharon nunca a los habitantes de esa casa. Los golpearon, los garabatearon y les fueron quitando los teléfonos, las joyas, los computadores y equipos de casa. A ella la hicieron sacarse el anillo de matrimonio, en medio de fuertes forcejeos. También se llevaron ropa y un par de botellas de alcohol.

¿Cómo entraron? Cuatro o cinco horas antes, cuando ya había comenzado a oscurecer, un auto se apega al cerco verde de la casa, que generalmente se ubica a ambos lados de la puerta principal, donde hay una reja y portón automático. Parecen dos personas conversando en un auto a la orilla del camino, pero lo cierto es que el copiloto, con herramientas, corta los alambres y también los arbustos, abriendo un estrecho pasillo por donde sin problemas cabe una persona. Terminado eso se van y queda hecha la entrada, por donde después, a la hora del ataque, entrarán todos corriendo, bajándose de una camioneta robada, botando a patadas la puerta de calle y vociferando garabatos de grueso calibre para asustar a los que viven en esa casa. Obviamente, habían tomado la decisión de entrar a la casa con gente adentro.

Se llevaron dos autos, dinero y joyas, equipos computacionales y cualquier cosa que les pudiera haber gustado de la casa. Al otro día apareció uno de los autos en un peligroso sector poblacional de la zona. Intacto, sin que le sacaran nada de lo que tenía adentro. Daba la impresión que salieron rápido del lugar del atraco y dejaron abandonado el auto en un sitio acordado con otros delincuentes.

Pasadas las 24 horas del asalto, ya se sabe que no llegaron por el GPS, ni fueron descubiertos en la fuga. Ahí aparecen los compradores-reducidores del auto y se lo llevan, para después venderlo como auto completo o como repuestos de auto.

Esa madrugada la familia estaba herida. Habían ingresado a su casa, a su refugio, a ese lugar cómodo y propio, a esa área de protección que todos creemos tener en nuestra casa. El dolor era muy grande. La rabia y la impotencia mayor. Después de muchas horas de conversación, comienzan a calmarse, a entender que esta casa asaltada es la que tienen para vivir. Como son personas de fe, oraron, prendieron algunas velas, trataron a su modo de “limpiar” el lugar que los delincuentes habían ensuciado.

Con amor y su fuerza han vencido el temor. Hoy han vuelto a la normalidad. Millones de familias en Chile viven con temor, con inseguridad, con miedo de ver que la delincuencia crece y los sistemas policiales funcionan poco y a veces nada. El país cambió porque el miedo se metió en la cabeza de millones de chilenos, que hoy temen por sus vidas en sus propias casas.

Saquémonos el miedo, hablemos con los vecinos, no le pongamos rejas a todo, no llenemos la casa de cámaras y pantallas, salvémonos del miedo que es peor que los delincuentes.

 

 

Imagen Freepik

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